Mi intención era pasar la tarde escribiendo en una cafetería que ha reabierto después de pasar un par de años cerrada. Un inesperado cierre que pilló a muchos por sorpresa, casi igual que su reapertura. Es uno de esos locales míticos de Madrid con barra y mesas de mármol, lámparas de época y decoración en madera barnizada de tiempo, recuerdos e historias.
Precisamente una de esas historias ronda mi cabeza desde hace un tiempo y deseaba salir de algún modo esa tarde. Convertirse, quizás, en frases con algún tipo de orden y sentido. Pero no iba a ocurrir allí. El camarero, muy cortés, respondió a mi pregunta: “No, de momento a esa zona con mesas bajas solamente se puede pasar si va al comedor. Más adelante se servirán también cafés ahí”. A mi historia y a mí no nos quedó más remedio que buscar otro lugar.
Mientras el camarero del nuevo local preparaba el café detrás de la barra yo pensaba en cuántas historias habrían surgido en aquel primer lugar, y en éste otro en el que había acabado. Y sobre qué hablarían. Hay tantas historias como personas. Bueno, en realidad, diría que son más las historias. Eso hizo preguntarme si, de algún modo, (¿)todo está ya escrito(?). Cada historia es única, sí, pero el trasfondo, lo que conllevan, su germen, en definitiva, de lo que hablan suelen ser campos de cultivo similares de los que brotan esas historias.
Por recomendación de una amiga amante de las historias como yo, decidí llevarme esa tarde el libro Las incertidumbres, de Jaume Cabré. En uno de sus capítulos el autor reflexiona precisamente sobre esto y dice: “¿La realidad cambia constantemente? No lo tengo claro. Cambian las circunstancias, pero la persona es igual que en la época homérica. En aquellos tiempos no había móviles, ni macdonalds, ni agentes de seguros. Pero había envidia, amor, orgullo, generosidad, cobardía”.
Envidia, amor, orgullo, generosidad, cobardía. Esa es la base de la que hablaba, del campo de cultivo. Los personajes pueden vivir mil historias, pero todas surgen por algo, de algo, de unos lugares comunes. Por eso, se podría pensar que por muchas historias nuevas que inventemos, (¿)todas parecen estar ya escritas(?) en algún momento porque hablan de los mismos temas. Pero me resisto a pensar eso porque en cada una de ellas hay un alma diferente, hay una envidia o una cobardía que puede ser común en todas pero, al mismo tiempo, nada tiene que ver una con otra. Es dar vida a una historia nueva aunque venga del mismo lugar del que partió hace siglos alguna otra.
La (¿)casualidad(?) hizo que en la parte de la barra que hay junto a la puerta, nada más entrar en la cafetería, se colocara una pareja. Ella, de unos sesenta y algo, y él, alguno menos. Hablaban con el camarero sobre tertulias literarias a las que solían asistir. Él, según contaba, había descubierto hacía poco un libro que le había encantado. Ella decía estar redescubriendo literatura infantil y juvenil a su edad. Como si a su edad estuviese prohibido hacerlo, pensé. Intenté desconectar de esa conversación que llegó a mí sin pretenderlo, pero dijeron algo que hizo que no pudiese. Fue ella: “Si salís a la calle, si paseáis y observáis a vuestro alrededor, os daréis cuenta de que todo lo que veáis y todo lo que escuchéis ya está escrito y posiblemente hasta lo hayáis leído ya”.
Recogí mis cosas, pagué el café y salí a la calle. Y sí, no pude hacer otra cosa. Analicé lo que veía, lo que escuchaba, los gestos de la gente, sus reacciones, sus rostros… Algunas décimas de segundo de sus conversaciones llegaban a mis oídos y pensaba si había leído algo de todo eso ya en algún momento. Y me di cuenta de que, aunque todas partían de lugares comunes, esas historias, precisamente esas, no las había leído en ninguna parte:
Un matrimonio corría apresurado. Ella llevaba en brazos un perro de pocos meses de vida mientras él intentaba consolarla. Preocupación, miedo.
Dos adolescentes intercambiaban carcajadas mirando el teléfono móvil de una de ellas por alguna historia que se traían entre manos. Inocencia, juventud.
Paseando por otra calle coincidí con una antigua compañera de trabajo. Estaba en plena grabación. Me acerqué a saludarla y me habló de su recién estrenado contrato indefinido después de unos años de incómoda zozobra. Felicidad.
Parecía que hasta esa tarde estaba escrita en algún lugar. Pero poco me importaba si los temas de todas esas historias con las que acababa de cruzarme procedían de los mismos campos de cultivo. Me di cuenta de que lo que quería, lo que mucha gente quiere, era seguir descubriendo historias. Unos las crean; otros las leen y las hacen suyas. Esa es la magia de la literatura. Por eso creo que no, que no todo está escrito.
Fj dice:
Me recuerdas al célebre Larra y sus artículos costumbristas. Qué bonito periodista 🙂
Fran López Galán dice:
Puede que sea una comparación un tanto excesiva jeje. Muchas gracias por tu comentario. Un abrazo
Luca19 dice:
Cada uno tiene su propia historia que no es igual a de ningún otro y que, por desgracia, no se puede escribir tal y cómo uno quisiera. Aunque a veces algún capítulo de los que ya vienen escritos nos gustan y no teníamos intención de escribirlos así ?