Sin beso de buenas noches, ni tan siquiera un simple cuento. Alguien le contó una vez que a los niños que sacaban de allí les colmaban de todo eso en habitaciones repletas de libros y muñecos multicolor en las que, hasta entonces, solo había dormido el silencio.
Lo recuerda en la cama, acurrucado junto a ella, que se ha quedado dormida. Le acaricia el lunar de la mejilla semioculto bajo un mechón dorado. Se asegura de que es real. Teme cerrar el libro y tirar del cable de la lámpara. Como si al apagar la luz su pequeña fuera a desvanecerse con la oscuridad.