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2020: las cosas que me salvaron

Los libros. Siempre. Sin saber la que se avecinaba, el amanecer en La Gomera. El Atlántico. Las calles de Oporto. Su luz. Portugal siempre me salva. El océano, de nuevo. Taxi Girl. El teatro. Una sombra de ojos pirata poco antes de que el barco empezara a naufragar. Y a partir de ahí: las acuarelas, las mañanas-tardes-noches-madrugadas de lecturas, cocinar y disfrutar de los platos, sus platos. El vino, las tardes junto a la ventana y las miles de horas de sol en el balcón. El yoga. Mis vecinos. El primer aplauso. Salir para trabajar también me salvó. Mis compañeros. Las llamadas. Las voces. Sus voces. Los vídeos. Reír. De nuevo, los libros. Tan poca vida. El cine en casa. El cine en el cine. Las series. Harper/Caitlin y Fraser. Las librerías. La biblioteca. Arte Compacto. Los diarios de X. Las flores. La Quinta de los Molinos. El Museo Del Prado. El Reencuentro: y no solo el del museo. El verano. El calor. Mi abuela. Mi abuelo. El pueblo. El río. Una vez más, los libros. La bicicleta. Las calles empedradas de Peñíscola. Su luz a las 21:25h. El Mediterráneo. Los faros. Las olas. Las huellas en la arena. Las puestas de sol. La hora menos en Portugal. La piscina entre olivos. Extremadura. Y, de nuevo, el Atlántico. Costa Nova. Sus casas de colores. Las moras. La luz al oeste del oeste. Madrid. Su cielo. El reflejo de la luz en sus calles mojadas durante la noche. Las plantas. Hasta IKEA me salvó. Los Pirineos. La música. Tanta música. El otoño. El olor de los libros. Las frases subrayadas. Ciudad Rodrigo. Volver…

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Y aquí estoy, con la mirada fija en todo lo bueno que vendrá y que, por mucho que se empeñe la “niebla/humo/llamémosle X”, nunca podrá ocultar del todo.

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Aquellas pequeñas cosas | Semana #6

Un destino

Febrero ha empezado de un modo que jamás hubiese imaginado. Siempre recordaré ya cómo fue su primera semana: su sabor, su olor, los sonidos, sus atardeceres y, especialmente, sus amaneceres, como este que se ha quedado tatuado en mi retina:

Amanecer La Gomera FLG

Es La Gomera, ese lugar maravilloso en el que terminé por un mensaje que cambió mis planes. Un coronavirus, ¡quién lo diría!, me llevó hasta allí, así que, aunque suene raro, siempre le estaré agradecido por haberme descubierto un rincón de España que desconocía y del que me he quedado totalmente enamorado. La gente y su amabilidad, sus paisajes, su clima, su gastronomía… Ya estoy organizando mi próximo viaje a las Islas Canarias, no digo más.

La Gomera 2 FLG

Un discurso

El domingo se celebraron los Oscars. Me gusta lo que ha pasado con Parásitos. Si es un peliculón, se le reconoce como tal, sin temores, sin reticencias. Me alegra que, de esta forma, se rompan moldes y que, por fin, se abran las mentes.

Y una forma de hacerlo, abrir mentes, se consigue desde el respeto, la tolerancia y la admiración hacia todo aquello que, aunque diferente, nos puede hacer mejores. Por eso, me quedo con el discurso de Joaquin Phoenix al recoger su Oscar como mejor actor por Joker.

“Uno de los principales dones es la posibilidad de utilizar nuestra voz para los que no tienen. He pensado mucho las condiciones que nos enfrentamos, hablemos de desigualdad de género, de racismo, de LGTB, de los animales… la lucha contra las injusticias. Un pueblo, una raza no tiene derecho a explotar a los otros con impunidad. Nos hemos desconectado mucho del mundo natural y estamos en un mundo egocéntrico y explotamos nuestro entorno para nuestro bien”.

Joaquin Phoenix. Hollywood (Los Ángeles). 9 febrero 2020.

F.

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Aquellas pequeñas cosas | Semana #5

Una librería

La RAE define valiente a aquella persona “capaz de acometer una empresa arriesgada a pesar del peligro y el posible temor que suscita”. Puede que abrir una librería a estas alturas sea una de esos riesgos peligrosos y temibles. Pues bien, hay quien es capaz de hacerlo por el simple y humilde deseo de ser feliz y hacer feliz a los demás.

Hace bastante tiempo que conozco a Beatriz, aunque la realidad no es así del todo. No nos habíamos visto en persona a pesar de que compartimos gustos lectores en redes sociales. Hace unos días abrió Re-Read Guzmán el Bueno, su librería de segunda mano en Madrid y me acerqué a conocerla: a ella y a su pequeño espacio repleto de libros. Allí encontré esta joya que llevaba tiempo deseando tener y que ya forma parte de mi librería.

Libro FLG

Un musical

El miércoles fui a ver el musical Flashdance y sí, me dieron ganas de ponerme a bailar. Obviamente, no lo hice. Pero sí conté mi experiencia en la página web de Teatro Madrid:

https://teatromadrid.com/recomendacion/flashdance-el-musical-fran-lopez-galan-82771

Un lugar

A veces un mensaje lo cambia todo. En mi caso fue: “Fran, ¿podrías hacer la maleta para varios días? Te vas a La Gomera”.

Fue un viaje de trabajo, sí, pero la semana no pudo terminar mejor. Estar cerca del mar, del océano en este caso, es una de las cosas más sencillas y emocionantes que hay. Ha sido mi bautismo en el archipiélago canario y no me pudo gustar más.

La Gomera FLG

F.

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Aquellas pequeñas cosas | Semana #4

Un lugar

La semana comenzó con día festivo en Ciudad Rodrigo, mi pueblo. El 20 de enero se celebra San Sebastián, su patrón, y hacía años que no iba por allí en esa fecha. Por la tarde, a esa hora en la que la luz empieza a cambiar hacia un color dorado en días de sol, salí a pasear por el centro histórico. Me sorprendió ver que no había prácticamente nadie en la Plaza Mayor, algo casi imposible. «Aprovechando el día de fiesta, la gente se ha ido fuera», me dijeron.

Tuve una sensación extraña: de abandono, en parte, y de paz, por otro lado. Me gustó. Y no porque sea un enamorado de la decadencia, que también, sino porque me permitió disfrutar de mi pueblo como pocas veces antes me había ocurrido. Me dediqué a observar, algo que cuesta muy poco y es, al mismo tiempo, uno de los placeres más reconfortantes. Pensaba en la belleza de esa luz y en la tranquilidad que, a veces, da el silencio y me quedé ahí, parado, en medio de nada y en mitad de todo, al oeste del oeste, como me gusta referirme a esa zona, a mi pueblo, como si aquel fuera algún lugar al que poca gente más allá de mí y unas cuantas personas más podemos tener acceso. Y fui feliz.

Ciudad Rodrigo FLG

Un premio

El sábado se celebraron los Premios Goya. No voy a entrar aquí en si fue una gala aburrida o no. Solo quería destacar esta imagen.


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Benedicta Sánchez, Mejor Actriz Revelación en el set @federopticos_oficial de los #Goya2020 ? @papowaisman

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A veces una imagen tan simple, con tanta fuerza y tanta verdad, te hace pensar más que una película de cuatro horas o que un libro de cientos de páginas.

La vida de Benedicta es increíble. Como lo es ella.

F.

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Aquellas pequeñas cosas | Semana #3

Una serie

Decir que Paolo Sorrentino es Dios quizá sea exagerado. Pero decirlo después de empezar a ver El nuevo Papa, la continuación de El joven Papa, quizá sea un calificativo insuficiente. Cuando crees que no podía gustarte más una serie, empiezas a ver los nuevos episodios y te das cuenta de que las mentes brillantes nunca dejan de sorprenderte.

La interpretación de cada uno de los actores y actrices que integran esta nueva locura del Dios Sorrentino es brillante. Por eso es fundamental verla en versión original.

Una conversación

Esta semana estuve en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid escuchando la conversación entre el escritor y editor Peter Kaldheim y el fotógrafo Alberto García-Alix. Kaldheim presentaba El viento idiota, su libro de memorias. Los dos, a pesar de sus diferencias, coincidieron en muchos aspectos que me hicieron pensar mucho en la supervivencia y en la importancia de las segundas oportunidades.

El viento idiota FLG

Un libro

Intento huir de los “premios” literarios porque, en muchos casos, sabemos cómo funcionan. A pesar de ello, como si de una dependencia se tratase, necesito leer y releer a algunos autores. Y uno de ellos es Manuel Vilas. Aunque nada en Alegria supera a lo impreso en cada página de Ordesa, su anterior novela, también aquí hay puñales que acaban por desgarrar hasta las pieles más duras.

Y, como siempre, a pesar del dolor, de las dificultades, de la tristeza, la melancolía o de las ansiedades más oscuras, existe la belleza. La belleza y, sí, también la alegría.

El poeta José Hierro escribió: «Llegué por el dolor a la alegría». También, Vilas.

Libro Alegría FLG

Del libro me quedo con cosas como estas:

“Hay que estar siempre preparado para las mayores decepciones que quepa imaginar; y dentro de esas decepciones hay que hacer sitio a la alegría, sí, a la alegría”.

“Un padre nunca comunica su miedo a un hijo”.

“El tiempo puede medirse, el dolor no”.

“Tenemos miedo a hablar de lo que nos da miedo”. […] “Ahora me arrepiento de ese miedo. Siempre el miedo. Eternamente el miedo.”

“Estar todo el rato en el mismo sitio te obliga a ser alguien, a ser una identidad conocida. Si viajas, estás viajando constantemente, no te queda tiempo para pensarte a ti mismo, te quedas vagando en las ciudades, en los andenes, en las carreteras, en los aeropuertos, en los sitios más inhóspitos. Tu identidad se derrite, y entonces descansas. Por eso viajo, para no recordar que tengo un nombre, para no cargar conmigo mismo”.

F.

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Aquellas pequeñas cosas | Semana #2

Un lugar

Los lunes son los nuevos viernes; los martes, los nuevos sábados y, sí, los miércoles, los nuevos domingos. Quizá la palabra “nuevos” se quede algo desfasada porque lo cierto es que lo llevan siendo —al menos para mí— unos seis años. Vivir en una ciudad como Madrid y tener un trabajo que te ocupa la mayor parte del día tal vez no les permite a muchos disfrutar de tardes tranquilas o rincones de silencio. Sin embargo, trabajar los fines de semana —sí, ese turno tan denostado— te permite tener todo eso.

Cuando quiero leer tranquilo, cuando busco inspiración, cuando necesito estar solo y tomar un buen café o pecar con algún bizcocho o una tarta, me escapo a Il Tavolo Verde, una cafetería un tanto escondida que es uno de esos lugares donde te apetece cerrar las puertas y quedarte a vivir.

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Una exposición

Pintar es lo más parecido a hacer meditación. Lo pienso así. Podría pasarme horas haciéndolo. Esta semana visité “La pintura. Un reto permanente”, la exposición del CaixaForum en Madrid donde, a través de la fotografía, la escultura, el grabado o las instalaciones de arte contemporáneo se analiza la pintura como ese proceso mental por el que una idea abstracta toma forma y adquiere realidad.

Hubo un momento en el que sentí esa tranquilidad que solo transmiten la meditación y la pintura.

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Una reflexión

Desde hace varios años, sigo a Laura Ferrero. He leído sus relatos, su novela… Y, cada pocos días, me gusta echarle un ojo a sus redes sociales. El jueves fue uno de esos días en los que me alegré de haberla descubierto.


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Tres apuntes para un viernes lluvioso. Uno. Me contó ayer una amiga que, cuando su madre se puso enferma, muy enferma, ella no pudo cogerse días en el trabajo. Decidió cogerse los pocos días que le daban cuando la cosa estuviera realmente mal y su madre no pudiera valerse por ella misma. Al final, mi amiga no se tomó esos días porque su madre murió antes. Ayer pensaba en esto; en lo del tiempo. Uno piensa que lo puede controlar, el suyo y el de los demás. Si hay algo que he aprendido, y mira que he aprendido pocas cosas, es que el tiempo siempre es ahora. Luego se escapa, se acorta, se esconde, se detiene. No llega. Dos. También ayer aprendí un nuevo concepto: negativo esférico. Todos conocemos a personas que tienen un carácter de natural bajo, quejumbroso, y la mayoría ellas son inocuas. Pero después existe otra tipología de negatividad un poco más corrosiva, expansiva. La gente que, con ella, con su negatividad, logra teñir la atmósfera de ese mismo estado de ánimo. Negativo esférico. Tres. Dice Evelyn Waugh que «Entenderlo todo es perdonarlo todo». Yo últimamente no entiendo muchas cosas. Bonus track. En uno de mis libros favoritos, ‘Qué es el qué’ ocurre lo mismo que en el punto uno. Y tampoco ahí es ficción, por desgracia. ¿Os imagináis la mejor historia de amor del mundo? Esa es la que tiene lugar en esas páginas entre Achak y Tabitha. Lástima, claro, que uno de los personajes dice que tienen tiempo, que ya encontrarán la manera de quererse cuando sea el momento. No os hago spoiler pero podéis suponer lo que ocurre: que el tiempo se escapa, se acorta, se esconde, se detiene. O no llega. Estoy segura de que si lo invocas, si dices que ya tendrás tiempo, éste simplemente desaparece. #tiempo #barcelona #quéeselqué #negatividad #tabitha #achakdeng #somewheremagazine #ifyouleave #evelynwaugh #literatura #bonustrack

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F.

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La cruda realidad

Si tuviera que elegir una palabra para definir Jauría, podría ser crudeza. No es más que la realidad, cruda, sin artificios. Es una obra de teatro que te desgarra, te rompe por dentro, que te obliga a tragarte, una y otra vez, las ganas de gritar en el patio de butacas.

Las interpretaciones de los actores son magistrales, en especial la de la actriz principal, María Hervás, que da vida a la víctima de La Manada. La fuerza con la que empieza la función, ya desde la primera escena, no cesa en ningún momento y te obliga a entrar en una especie de espiral de emociones que te aprietan el estómago hasta casi ahogarte. Sientes tanta impotencia por ver cómo la realidad puede llegar a ser tan cruel que necesitas expresarte de algún modo. Y, entonces, quieres hablar pero tu mente te lo prohíbe, quieres correr pero tus piernas se han paralizado, quieres aguantar las lágrimas pero cuando te das cuenta la impotencia ya recorre tu cara. Nunca había sentido algo así en el teatro. Jamás. Por eso, precisamente por eso, sería conveniente que todos tuviésemos la oportunidad de sufrir -y digo bien, de sufrir- durante la hora y media que dura la función para tomar conciencia sobre ciertos asuntos como, en este caso, los peligros del machismo, la violencia de género, los abusos sexuales y, por qué no, las injusticias que son incomprensibles en pleno siglo XXI.

Jauría flg

Jauría forma parte del llamado Teatro Documento que nadie como el Teatro Kamikaze ha sabido llevar a escena. Sobre las tablas, ni una frase añadida. Tan solo, fragmentos literales de la transcripción del juicio a los integrantes de La Manada, condenados por abusar sexualmente a una joven durante las fiestas de San Fermín en 2016. Una obra de Jordi Casanovas, dirigida por Miguel del Arco que ha arrasado en Madrid y que ahora hará gira por toda España para que llegue al mayor número de público posible. Algo que es fundamental y necesario porque sí, Jauría es mucho más que teatro; es la realidad, la cruda realidad, que nos muestra de frente y sin adornos una sociedad muchas veces injusta, otras, cruel de la que formamos parte y que, entre todos, podemos -y debemos- cambiar. Y ahí el teatro también juega un papel fundamental.

Jauría es, sin lugar a dudas, casi una obligación.

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Museo del Prado. Interior. Noche

Me gusta perderme en el Museo del Prado. Lo hago con bastante frecuencia, pero pocas veces he disfrutado tanto como aquella.

Era sábado. Diez de la noche. A su alrededor, las calles estaban tranquilas, vacías. Parecía que también las hubiesen cerrado ya al público. Paseé durante unos minutos por fuera, frente al edificio, como si estuviera hablando con él. Y, entonces, me invitó a pasar dentro.

MuseoDelPrado FLG

No era una noche cualquiera para el Museo del Prado. Tampoco para mí. Pero eso lo supe más tarde.

En cada una de mis visitas pensaba en cómo sería pasear solo por aquellos pasillos repletos de obras de arte. Eso que muchos hemos imaginado millones de veces fue exactamente lo que pasó. Me habían invitado a asistir a varios conciertos que el Festival Internacional de Arte Sacro celebraba allí. Pude entrar antes de que todo empezase. Después de atravesar los arcos de seguridad de la entrada y dar mis datos escuché un «¡Bienvenido!», que era como un paquete de regalo envuelto con mucho cuidado. Solo tenía que tirar de una de las puntas del lazo y abrirlo para disfrutar de él.

No se escuchaba nada. Las luces, como las de las calles, iluminaban de forma tenue la recepción y los pasillos más próximos por los que comencé a caminar siguiendo a uno de los vigilantes de seguridad al que dejaba que se adelantase para poder quedarme solo mientras me guiaba por las salas.

Sentía que los cuadros, las estatuas, los tapices eran los que me miraban, como si quisieran decirme algo. Cada uno de mis pasos resonaba entre las paredes y el techo; el sonido de nuestra presencia se colaba de sala en sala, subía y bajaba las escaleras; mi reflejo se imprimía en los cristales de las vitrinas y los ventanales… Paseaba frente a Tiziano, Velázquez, Goya; sentía la energía de Rafael, de Rembrandt; saludaba tímidamente con la mano a Murillo, a Van Dyck… De pronto, escuché una voz, cada vez con más fuerza. La seguí, como un metal imantado. Rocío Márquez ensayaba frente a Rubens, le hablaba cara a cara. El color de su voz se fundía como pinceladas de óleo en cada uno de los lienzos.

En silencio, parado ante aquella belleza, me limité a escuchar. Deseé que aquel momento durara para siempre.

Y, claro, tuve que contarlo. Si os apetece, podéis ver el reportaje que hice sobre aquella experiencia aquí.

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2018. Página a página

El año comenzaba con el desarraigo de los personajes de toda una Premio Pulitzer. Nada como perderse en la Tierra desacostumbrada de Jhumpa Lahiri para disfrutar de la literatura con mayúsculas. No es su primer libro, ni siquiera con el que ganó uno de los premios con mayor reconocimiento a nivel mundial, pero gracias a este libro he descubierto a quien ya está entre mis escritoras más admiradas.

“Te había visto antes, demasiadas veces para contarlas”.

Tierra desacostumbrada

¿Disfrutar del mar en pleno invierno? Charles Simmons me invitó a sumergirme en Agua salada, una novela mediterránea sobre la pérdida de la inocencia, que tenía cierto sabor a Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan, novela breve que devoré inmediatamente después. Los clásicos nunca fallan.

Agua salada

A veces ocurre que el lugar en el que terminas algunos libros no es cualquier lugar. En Florencia terminé Los siete mensajeros y otros cuentos, una recopilación de relatos del escritor italiano Dino Buzzati. Quizá fuese la cuidad, puede que hayan sido las historias, pero me hizo pensar. Mucho. Y eso es lo bueno de los libros.

Dino Buzzati

Por unas horas, la librería Rafael Alberti de Madrid se convirtió en el Japón del año 1000 cuando Didier Decoin, el ganador del Premio Goncourt en 1997, presentó su novela La oficina de estanques y jardines. Una historia de aventura y amor que me hizo viajar en el tiempo y desear con más ganas poder perderme en esos paisajes nipones que tanto misterio albergan.

Helena o el mar del verano fue breve, pero uno de los libros más bellos que he leído este año.

Y él me volvió a sorprender:

Que nadie duerma

Que nadie duerma, de Juan José Millás suena a Puccini. El Nessun dorma, de la ópera Turandot, sirve de guía en toda esta historia en la que nada es lo que parece.

Un año da para mucho pero siempre hay un libro que, de repente, te deja sin aliento. Si 2018 comenzaba bien con Jhumpa Lahiri, siguió aún mejor con el que ya es uno de mis libros favoritos y con el que su autora también recibió el Pulitzer: Olive Kitterigde, de Elisabeth Strout. La vida de esa profesora jubilada formará ya parte de mí para siempre.

Olive Kitteridge

Blitz fue otro de los libros de este año que duró en mis manos lo mismo que el destello de un relámpago, que es exactamente lo que significa el título de esta novela breve de David Trueba.

Y ahora tomo aire para escribir sobre el siguiente libro. Es, junto al de Jhumpa Lahiri y el de Elisabeth Strout, el que forma el triunvirato de 2018: Ordesa, de Manuel Vilas. Es EL libro. Debería existir una ley que obligase a leer este libro. Puede que sea lo mejor que he leído en años. Poesía en cada palabra, casi en cada letra. Una lección de vida, de muerte. Un desahogo, una catarsis. Literatura con mayúsculas. Un regalo. La vida en cada párrafo.

Ordesa

“Si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes a mañana, porque el mañana es de los muertos” […] “Es alucinante que al final de la vida no haya nada que decir. Que la gente no quiera hacer ni siquiera el gasto de la memoria. Porque recordar es quemar neuronas en vano. Porque recordar es maligno”

Volví durante unos días a las historias breves, a los cuentos, gracias a Juan Carlos Márquez con su Norteamérica profunda; a Cristina Fernández Cubas con El ángulo del horror; a Antonio Ortuño con La vaga ambición; y a Sherwood Anderson con quien volví a ser un (orgulloso) periodista de provincias leyendo las historias de las personas/personajes de Winesburg Ohio.

Winweburg Ohio

Pocas cosas más gratificantes hay en la vida que ver a la gente cumplir sus sueños. Y Liana Bravo lo consiguió. Poder pasar las páginas de Poemas perdidos me hizo muy feliz precisamente por verla también así, feliz.

“Busco la emoción

que perdí por intentar ser quien parezco”

Poemas peridos

Volví a disfrutar, como siempre, con la gran Alice Munro. Algunos de los relatos de Mi vida querida son de esos que te aprietan hasta casi ahogar y de los que hacen que cuando has terminado de leerlos, poco queda de lo que eras hasta entonces.

Mi vida querida

Descubrir a Pedro Mairal ha sido una de las grandes alegrías de este año. Una noche con Sabrina Love me hizo querer escribir como él, pero pronto me di cuenta de que eso era algo casi imposible. Cuando terminé La uruguaya comprendí que iba a ser aún más difícil ser capaz de crear algo parecido a lo que hace Mairal. Por eso sigo leyéndolo, para no dejar de aprender.

La uruguaya

“Si no podés con la vida, probá con la vidita”

El verano es un viaje, una playa, un río, un césped… Y una conversación. Y yo quise que fuese eterno leyendo Conversaciones entre amigos, de Sally Rooney. Me imaginaba desayunando con Frances, con Bobbi y sus amigos, en Étables, en el jardín de la casa junto al mar, durante un verano eterno.

Conversaciones entre amigos

Con el otoño llegó el duelo, un tema que siempre me cautiva, me atrapa, me hace pequeño, me rompe, me estira, me araña, me hunde, me agita, me abofetea… Pero también me gusta. Es un reto ser capaz de escribir algo como lo que consiguió hacer Milena Busquets en También esto pasará.

También esto pasará

Seguí con Duelo, de Eduardo Halfon y Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente.

“Nos atascamos de muchas formas. Nos atascamos donde todo el mundo se atasca. Nos atascamos por pensar que la vida era infinita. En ese error de cálculo se originan los mayores tropiezos”

Me dejé enamorar por el mundo interior de Marguerite Duras y disfruté tanto con El arrebato de Lol V. Stein, como con su ensayo Escribir, que nunca defrauda. Y volví a la infancia leyendo algunas pequeñas novelas de El barco de vapor, de la editorial SM, como Temporada de lluvias o Luces en el canal, historias preciosas de David Fernández Sifres.

Me gusta la poesía. Mucho. Pero cada vez que leo poemas siento que no lo hago tanto como merece. Sí, debería leer más poesía. Este año me sorprendió El arrecife de las sirenas, de Luna Miguel.

“Las cicatrices sirven para recordar.
No.
Las cicatrices sirven para decir lo he superado.
No.
Las cicatrices son una muralla.

¿Os he dicho ya que los clásicos son siempre una buena idea? Volví a reforzar esa teoría cuando cayó en mis manos Lolita, de Vladimir Nabokov. Uno de esos libros que cambian en función de cuando, como y donde los leas.

“La punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes: Lo.Li.Ta”

Lolita

Y hablando de clásicos, ¿habéis leído Un cuarto propio, de Virginia Woolf? Ha sido, sin duda, la mejor forma de acabar el año. Impresiona ser consciente de cómo un libro escrito hace casi un siglo sigue siendo tan actual. Y tan necesario.

 “Me atrevo a adivinar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer”.

Virginia Woolf

Estos son algunos de los libros que están en mi lista del año, pero no están algunos de los que son, de los que han sido, que son muchos.

¡A por un 2019 repleto de buenas historias!

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Un café de verdad

Hace unos días me dijeron: “Cuando alguien te da su alma, no puedes dejar que eso se muera”.

Quien me lo contó no era una persona cualquiera. Era un escritor; también era un camarero. No sabría decir cuál de esas dos profesiones debería escribir primero. Escritor-camarero. Camarero-escritor. En realidad, tal y como él me contó, ambas son consustanciales, van unidas. Deben ir unidas. Os explicaré por qué.

Me cité con él, con Juan Bohigues, en el mítico Café Comercial de Madrid, punto de encuentro y tertulias entre escritores desde hace 131 años. Ese lugar tampoco es un lugar cualquiera. Por sus mesas han pasado, entre otros, Valle-Inclán, Antonio Machado, Gloria Fuertes, y lo siguen haciendo otros como Arturo Pérez Reverte, Luis Landero… El propósito era grabar una entrevista para hacer un reportaje para televisión.

Café Comercial flg

Tras los primeros saludos y antes de comenzar con las preguntas nos pusimos a hablar y, a los pocos minutos, vislumbré que en sus palabras había algo. Ese algo que, creo, es esencial para quien disfruta de y con la literatura. Había pasión. Y también había verdad.

Hace no mucho terminé uno de los mejores libros que he leído este año. Se trata de Ordesa, del escritor Manuel Vilas. En uno de sus breves capítulos, Vilas habla precisamente sobre la verdad. Dice así: “La verdad es lo más interesante de la literatura. Decir todo cuanto nos ha pasado mientras hemos estado vivos. No contar la vida, sino la verdad. La mayoría de la gente vive y muere sin haber presenciado la verdad”.

Mientras escuchaba a Juan hablar sobre su pasión por la literatura pensé en este fragmento de Ordesa y sentí una suerte de felicidad que me reconfortó. Estaba delante de alguien que hablaba sobre la verdad, su verdad. Y lo hacía con pasión. Era la mezcla perfecta.

Y ahora os contaré por qué hablábamos de literatura. Durante veinticuatro años, Juan trabajó como camarero en el Café Comercial. Ese local fue, de alguna forma, su casa todo ese tiempo. Con sus primaveras, sus veranos, pero también sus otoños y sus largos inviernos. Veinticuatro años en los que se dedicó a atender a sus clientes y, además, a escuchar lo que estos le contaban. Gente que, en algunos casos, también había tenido inviernos largos u otoños oscuros.

Juan me contó que se sentía, de algún modo, como el guardián de todas esas historias, de todas esas confesiones y, por qué no, de todos esos miedos. Y que lo último que quería era que quedasen en el olvido. Por eso se dedicó a escribir, a transformar todo ello en relatos, en cuentos con historias de personas concretas pero que, en el fondo, hablan de todos nosotros, porque la literatura, en realidad, también sirve para eso: para mantener viva la memoria de quienes, alguna vez, tuvieron algo que contar.

Durante los veinticuatro años que trabajó como camarero, Juan Bohigues escribió más de un centenar de relatos inspirados en personas que vieron en él un cómplice, un amigo, entre el bullicio del café. Todos ellos, de un modo u otro, entregaron su alma a Juan y este hizo todo lo posible para que eso no muriera. Y lo consiguió. Algunas de todas esas historias que con tanta pasión y con tanta verdad escribió durante años ven la luz en el libro que acaba de publicar: Henry Miller en el metro.

Si queréis ver cómo quedó el reportaje que grabamos, podéis hacerlo aquí.

Espero que os guste. Intenté, al menos, ponerle toda la pasión posible. La verdad ya estaba implícita en la historia.

¡Feliz día del libro!