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«¡Qué adelantos!»

Me despertaba esta mañana con la noticia de una nueva incorporación en la familia. Escondido entre sábanas y oscuridad, encendí el móvil para hacer un repaso rápido y ver qué estaba pasando y fue lo primero que leí. Durante la noche había nacido Martina. Una buenísima noticia y, posiblemente, la única interesante. Todo lo demás: política, algo de corrupción y premios deportivos. Poco más.

Seguía bajo las sábanas con la única luz de la pantalla del teléfono, como un explorador que atraviesa una cavidad recóndita en algún lugar entre montañas con una linterna en la frente pero con la luz en dirección opuesta, apuntándome a mí y a mis ideas. Durante esos minutos que miré fijamente las fotos que acababa de recibir de la recién nacida, el destello de la pantalla iluminaba mi pensamiento de cómo pasa el tiempo; también el de qué manos y qué uñas tan pequeñas tenía el bebé, el de qué felices estarían sus padres -mis primos- y los padres de esos padres, es decir, sus abuelos y, también el de que en unos años, esa persona tan pequeña llegará a ser maestra o arquitecta, quizá veterinaria o médica, y puede que sea ella la que ayude a traer a este lado de la vida a nuevas incorporaciones a otras familias.

Manofranlopezgalan

Mis pensamientos habían ido muy lejos. Y muy deprisa. Tanto como lo hace la tecnología. Me explico.

Horas más tarde, fui con mis abuelos a la consulta del médico. Sentados en la sala de espera, entre filas de sillas geométricamente colocadas, cuadros con escenas de naturaleza artísticamente viva y carteles de “se ruega silencio”, saqué mi teléfono y les mostré las imágenes de la recién nacida. Tenían a la niña a tan solo unos centímetros de distancia aunque, en realidad, estaba a kilómetros. Y se miraban por primera vez. Mi abuelo cogió el móvil con sus manos y entonces la luz del móvil le iluminó a él como lo hace el sol con el explorador que, desde la oscuridad, sale de entre los huecos de las montañas. Esa luz ahora iluminaba sus pensamientos como por la mañana había hecho con los míos. Yo solo miraba sus manos y las comparaba con las de Martina. Experiencia frente a inocencia. Sufrimiento frente a felicidad. Y tiempo; tiempo vivido y tiempo por vivir. La imagen me pareció absolutamente maravillosa y reveladora pero, al mismo tiempo, me aterraba un poco.

Mi abuelo sonrió y posiblemente pensó en millones de cosas en tan solo unos segundos. En voz baja, me miró y dijo: “¡qué adelantos!”. Sí, pensé yo, y acompañé el pensamiento con un movimiento afirmativo de cabeza.

Martina estaba allí sin estar y él estaba con ella sin estarlo realmente. En otro momento de toda esa vida que mi abuelo tiene dibujada en las arrugas de sus manos hubieran tenido que pasar horas, días o, incluso, semanas para ese primer encuentro. Ahora, la acaba de conocer y solo habían pasado unos pocos segundos de vida de quien, dentro de unos años, puede que coja entre sus manos algo que, ahora mismo, ni ella ni ninguno de nosotros podemos llegar a imaginar.

6 pensamientos sobre “«¡Qué adelantos!»”

  1. Lorena Hernández Garduño dice:

    Fran, yo estoy muy sensible para estas cosas. Se me ha abierto el grifo con todas esas palabras tan bien elegidas y colocadas. Te admiro. Gracias por los adelantos!

    1. Fran López Galán dice:

      Gracias a ti por leerlo. La emoción es compartida por la noticia. Ahora, a disfrutar de esta nueva vida juntas. Un abrazo gigante

  2. Feli Iribarren dice:

    Que grande !!!que bonito y cierto lo que he leido, todos hemos disfrutado de esa luz del movil que ha iluminado la carita de Martina.

    FELICIDADES!!!!!!

    1. Fran López Galán dice:

      Gracias por leerlo Feli. Un abrazo enorme

  3. Jaione Figueruelo dice:

    Olé!!!! Para las que tenemos la oxitocina elevada nos hace lloriquear un poco. Muy bonito. Bienvenida Martina, Mateo y Beñat te esperan para jugar 😉

    1. Fran López Galán dice:

      Muchas gracias por leerlo, Jaione. Un abrazo fuerte.

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