BLOG, MUNDO

Aquello que ya no está

A menudo pienso en las cosas que ya no existen o que ya no están pero que, de algún modo, siguen ahí. De un tiempo a esta parte me pasa lo mismo con las personas. ‪

Hoy hace justo un año, mi amiga N. se tuvo que ir. Y no lo hizo porque así lo quisiera, sino porque la vida le obligó.  ‪

La tarde en la que supe que acababa de irse, el cielo se nubló de repente y comenzó a llover. La típica tormenta de verano, pensé. Duró apenas unos minutos. Recuerdo que el agua cayó como las malas noticias, a bocajarro. Enseguida el cielo volvió a despejarse, como si no hubiera pasado nada. Pero, en realidad, había pasado todo. Desde entonces, no hay día en que ella no se cuele entre mis pensamientos. Y da igual que esté yendo a por el pan o intentando conseguir cerrar una entrevista con el mismísimo Papa Francisco. Es algo que, tal vez en otra circunstancia, podría llegar a asustarme. Sin embargo, me gusta. Mucho. Incluso lo considero necesario.  ‪

Unos días después, viajé al País Vasco junto a A. y C. para el funeral de N. Brillaba el sol como pocas veces lo he visto. Pero, de repente, unos minutos antes de entrar en la iglesia, escuchamos truenos y vimos cómo una masa oscura empezaba a cubrir el cielo. Al salir, ni rastro de la lluvia; el sol volvía a cegarnos.  ‪

Esta mañana, al despertarme, he caído en la fecha y, de forma instintiva, lo primero que he hecho ha sido mirar por la ventana para ver cómo se presentaba el día. Despejado. Después de comer, decidí ir al río para sentarme en el césped y leer un rato. Durante toda la tarde el sol no ha dejado de brillar y, por alguna extraña razón, he estado esperando a que el cielo se nublase. O peor, que empezara a llover.

He cerrado el libro, recogido la toalla y he caminado unos metros. Justo hasta el sitio que se ve en la imagen.

FullSizeRender

Parece césped sin más. Sin embargo, ahí, exactamente en ese lugar, hace unos años había dos árboles bajo cuya sombra mi amiga M. y yo hemos pasado miles de tardes de verano durante muchos años de nuestra adolescencia y parte de nuestra juventud.

‪Al pararme allí, he caído en la cuenta de que no hace falta que el cielo se nuble para sentir la tormenta. Hay cosas y personas que ya no están, sí, pero que no las podamos ver no significa que se hayan ido para siempre.

BLOG, MUNDO

Lo que pasa cuando no pasa nada

He pasado horas con el mismo sonido de fondo. Ha salido el Gordo e imagino la alegría de muchos que, a estas horas, deben estar celebrándolo. Sí, les ha cambiado la vida. Un poco, al menos. Son felices.

He hecho referencia al sonido, sí. Aunque, aquí y ahora, me gustaría hablar sobre su ausencia. Es decir, sobre el silencio.

Volví a casa de mis padres hace tres días. Es Navidad y tengo unos días de vacaciones. Estoy a unos trescientos kilómetros de Madrid y como a unos diez grados menos de temperatura. O más. Seguramente muchos más. Pero aquí hay algo que, por mucho que lo busque allí, no lo hay. Silencio.

CiudadRodrigoFLG

Llevo tres noches haciendo exactamente lo mismo. Cuando en este rincón al oeste del país comienza a irse el día por el horizonte y el sonido por algún otro lugar que aun no he conseguido descubrir, muevo ligeramente la cabeza y miro hacia arriba. Nada más. Cada vez que veo todas esas estrellas que brillan como si fuera lo último que fueran a hacer, pienso cómo es posible vivir sin poder hacerlo a diario. Sin verlo a diario. Sin escucharlo a diario.

Me gusta escuchar el silencio. Y verlo. Porque, a veces, no nos damos cuenta de todo lo que pasa cuando no pasa nada.

No es el Gordo, pero también me hace feliz.