La casa ha empezado a llenarse de hormigas. Entraron desde el jardín por el resquicio de la puerta de la cocina. Ya no les interesa mi comedero. Se han llevado arrastrando hasta la última migaja y ahora han llegado hasta este cuarto de baño, tan oscuro como ellas. Pateo para intentar aplastarlas, pero son demasiadas. Cada vez hay más. He llegado incluso a comer algunas para evitar que lleguen hasta él, que lleva dormido en el suelo demasiados días. Intento cubrir sus piernas, sus brazos, su cabeza… Y le ladro constantemente. ¿Por qué no obedece? O despierta de una maldita vez, o también acabarán arrastrándolo hasta el jardín.
Etiqueta: microrrelato
Luna llena
Sigo observando mi trocito de cielo. Al menos así es como dice mamá que se llama eso azul que se ve por el agujero del techo. A veces está gris; otras, negro. Incluso a veces está manchado de pequeñas luces que desaparecen cuando vuelve a ser azul. O gris. Y de vez en cuando vemos una bola redonda y blanca. Pero no me gusta. Cuando aparece, papá y yo gritamos mucho y mamá tiene que ponernos unas cadenas en las manos y en los pies y pasar la noche fuera de casa.
Nunca estarás sola
Sin beso de buenas noches, ni tan siquiera un simple cuento. Alguien le contó una vez que a los niños que sacaban de allí les colmaban de todo eso en habitaciones repletas de libros y muñecos multicolor en las que, hasta entonces, solo había dormido el silencio.
Lo recuerda en la cama, acurrucado junto a ella, que se ha quedado dormida. Le acaricia el lunar de la mejilla semioculto bajo un mechón dorado. Se asegura de que es real. Teme cerrar el libro y tirar del cable de la lámpara. Como si al apagar la luz su pequeña fuera a desvanecerse con la oscuridad.
Soledad
Poco antes de que los domingos fueran amargos habían vuelto a la casa del pueblo, donde solían pasar cada verano. Soledad había quitado las sábanas que cubrían los muebles, había limpiado las lámparas, cada una de las sillas del salón y la cocina y había hecho desaparecer el polvo de los libros. Se quedarían a vivir allí ya para siempre. Sonó el teléfono cuando estaba a punto de meter en el horno la tarta que hacía cada fin de semana y que, desde entonces, nunca ha vuelto a tener el mismo sabor.