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Aquellas pequeñas cosas | Semana #2

Un lugar

Los lunes son los nuevos viernes; los martes, los nuevos sábados y, sí, los miércoles, los nuevos domingos. Quizá la palabra “nuevos” se quede algo desfasada porque lo cierto es que lo llevan siendo —al menos para mí— unos seis años. Vivir en una ciudad como Madrid y tener un trabajo que te ocupa la mayor parte del día tal vez no les permite a muchos disfrutar de tardes tranquilas o rincones de silencio. Sin embargo, trabajar los fines de semana —sí, ese turno tan denostado— te permite tener todo eso.

Cuando quiero leer tranquilo, cuando busco inspiración, cuando necesito estar solo y tomar un buen café o pecar con algún bizcocho o una tarta, me escapo a Il Tavolo Verde, una cafetería un tanto escondida que es uno de esos lugares donde te apetece cerrar las puertas y quedarte a vivir.

Il Tavolo Verde flg

Una exposición

Pintar es lo más parecido a hacer meditación. Lo pienso así. Podría pasarme horas haciéndolo. Esta semana visité “La pintura. Un reto permanente”, la exposición del CaixaForum en Madrid donde, a través de la fotografía, la escultura, el grabado o las instalaciones de arte contemporáneo se analiza la pintura como ese proceso mental por el que una idea abstracta toma forma y adquiere realidad.

Hubo un momento en el que sentí esa tranquilidad que solo transmiten la meditación y la pintura.

CaixaForum1 flg

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Una reflexión

Desde hace varios años, sigo a Laura Ferrero. He leído sus relatos, su novela… Y, cada pocos días, me gusta echarle un ojo a sus redes sociales. El jueves fue uno de esos días en los que me alegré de haberla descubierto.


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Tres apuntes para un viernes lluvioso. Uno. Me contó ayer una amiga que, cuando su madre se puso enferma, muy enferma, ella no pudo cogerse días en el trabajo. Decidió cogerse los pocos días que le daban cuando la cosa estuviera realmente mal y su madre no pudiera valerse por ella misma. Al final, mi amiga no se tomó esos días porque su madre murió antes. Ayer pensaba en esto; en lo del tiempo. Uno piensa que lo puede controlar, el suyo y el de los demás. Si hay algo que he aprendido, y mira que he aprendido pocas cosas, es que el tiempo siempre es ahora. Luego se escapa, se acorta, se esconde, se detiene. No llega. Dos. También ayer aprendí un nuevo concepto: negativo esférico. Todos conocemos a personas que tienen un carácter de natural bajo, quejumbroso, y la mayoría ellas son inocuas. Pero después existe otra tipología de negatividad un poco más corrosiva, expansiva. La gente que, con ella, con su negatividad, logra teñir la atmósfera de ese mismo estado de ánimo. Negativo esférico. Tres. Dice Evelyn Waugh que «Entenderlo todo es perdonarlo todo». Yo últimamente no entiendo muchas cosas. Bonus track. En uno de mis libros favoritos, ‘Qué es el qué’ ocurre lo mismo que en el punto uno. Y tampoco ahí es ficción, por desgracia. ¿Os imagináis la mejor historia de amor del mundo? Esa es la que tiene lugar en esas páginas entre Achak y Tabitha. Lástima, claro, que uno de los personajes dice que tienen tiempo, que ya encontrarán la manera de quererse cuando sea el momento. No os hago spoiler pero podéis suponer lo que ocurre: que el tiempo se escapa, se acorta, se esconde, se detiene. O no llega. Estoy segura de que si lo invocas, si dices que ya tendrás tiempo, éste simplemente desaparece. #tiempo #barcelona #quéeselqué #negatividad #tabitha #achakdeng #somewheremagazine #ifyouleave #evelynwaugh #literatura #bonustrack

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F.

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Museo del Prado. Interior. Noche

Me gusta perderme en el Museo del Prado. Lo hago con bastante frecuencia, pero pocas veces he disfrutado tanto como aquella.

Era sábado. Diez de la noche. A su alrededor, las calles estaban tranquilas, vacías. Parecía que también las hubiesen cerrado ya al público. Paseé durante unos minutos por fuera, frente al edificio, como si estuviera hablando con él. Y, entonces, me invitó a pasar dentro.

MuseoDelPrado FLG

No era una noche cualquiera para el Museo del Prado. Tampoco para mí. Pero eso lo supe más tarde.

En cada una de mis visitas pensaba en cómo sería pasear solo por aquellos pasillos repletos de obras de arte. Eso que muchos hemos imaginado millones de veces fue exactamente lo que pasó. Me habían invitado a asistir a varios conciertos que el Festival Internacional de Arte Sacro celebraba allí. Pude entrar antes de que todo empezase. Después de atravesar los arcos de seguridad de la entrada y dar mis datos escuché un «¡Bienvenido!», que era como un paquete de regalo envuelto con mucho cuidado. Solo tenía que tirar de una de las puntas del lazo y abrirlo para disfrutar de él.

No se escuchaba nada. Las luces, como las de las calles, iluminaban de forma tenue la recepción y los pasillos más próximos por los que comencé a caminar siguiendo a uno de los vigilantes de seguridad al que dejaba que se adelantase para poder quedarme solo mientras me guiaba por las salas.

Sentía que los cuadros, las estatuas, los tapices eran los que me miraban, como si quisieran decirme algo. Cada uno de mis pasos resonaba entre las paredes y el techo; el sonido de nuestra presencia se colaba de sala en sala, subía y bajaba las escaleras; mi reflejo se imprimía en los cristales de las vitrinas y los ventanales… Paseaba frente a Tiziano, Velázquez, Goya; sentía la energía de Rafael, de Rembrandt; saludaba tímidamente con la mano a Murillo, a Van Dyck… De pronto, escuché una voz, cada vez con más fuerza. La seguí, como un metal imantado. Rocío Márquez ensayaba frente a Rubens, le hablaba cara a cara. El color de su voz se fundía como pinceladas de óleo en cada uno de los lienzos.

En silencio, parado ante aquella belleza, me limité a escuchar. Deseé que aquel momento durara para siempre.

Y, claro, tuve que contarlo. Si os apetece, podéis ver el reportaje que hice sobre aquella experiencia aquí.